Lo moral

GENTE de Antonio Villanueva 
                  


Uno de los conceptos filosóficos que más usamos en la sociedad, apareciendo con frecuencia en los medios de comunicación, en debates, siendo usado cotidianamente por todos nosotros, es el de moral. Cuando decimos frases tan comunes como: “lo moral sería que hiciese esto y no esto otro…”, “actúa con moral”,  “que poca moral tiene esa persona”, “necesitamos políticos con moral”… estamos aludiendo a un concepto en el que tal vez muchos de nosotros no seamos plenamente conscientes de su significado filosófico. Por ello hoy os quiero hablar un poco sobre el citado concepto, porque considero necesario e importante que una persona – sea cual fuere – hable con propiedad. Por un lado, uno de los pilares fundamentales de la moral es el de la reciprocidad, esto es, nada sirve hablar de moral si en el juego nuestros actos no afectan al otro, ¿de qué me vale hacer el bien si no es un bien para otro? Es necesario el afecto de los demás para poder hablar de moral, de lo contrario, si yo hago el bien para mi no teniendo en cuenta la repercusión que mis actos pueda tener en los demás, hablaríamos tal vez de egoísmo, y de lo que sería lo contrario a la moral (inmoral) o actuaría sin moral (amoral).


Por ello el énfasis de lo moral es la justicia y no tanto el bien individual, es la justicia porque el derecho al igual que la moral nace como motivo del respeto a los demás, del DEBER DE RESPETAR A LOS DEMÁS, de lo que hace que lo justo sea a su vez lo moral o lo más próximo a ésta.  

En consecuencia, lo moral debe ser plasmado en normas, porque de lo contrario la mayoría de la sociedad no actuaría con diligencia, normas imperativas, que obliguen a hacer o no hacer. Pero ese mandato no debe proceder ni derivar de ninguna autoridad – ya sea religiosa, convencional, científica – porque de lo contrario ya no estaríamos hablando de moral sino de una ideología impuesta a una sociedad y eso sería contrario a derecho, al orden público, y a la moral, y por tanto, injusto e inmoral. Por ejemplo, no podría ser un argumento correcto aquel que justifique una norma como mandato divino, porque lo moral lleva implícito un segundo pilar fundamental, que es lo que sería la exigencia de una justificación racional, una justificación universal y válida para el mayor número de individuos, ajena a una determinada ideología, pensamiento, costumbre… y sólo teniendo en cuenta el bien como un valor universal, y derivar de él los deberes y prohibiciones que debe cumplir la sociedad afectada por esa norma moral, que de manera individual cada sujeto de manera libre y responsable decide respetar y cumplir, convirtiéndose así en una persona moral. 

Es sumamente importante, que toda pretensión moral regulada en una norma sea simétrica y universalizada, que tienda a la universalidad. Pero ¿a qué nos referimos con universalidad? Richard Mervyn Hare – filósofo analista inglés – definió la universalidad de la siguiente forma: Un juicio es universalizable si es susceptible de ser aplicable en cualquier otro caso y situación dadas unas condiciones de similitud. Así, si las condiciones son similares, ambos casos y situaciones tendrían el mismo juicio moral. Las condiciones deben ser las mismas (o, por lo menos, no variar en las relevantes o sustantivas).


En definitiva, la universalidad es un criterio irrenunciable en el discurso moral. Se debe ser moral y hacer lo justo. 


Me despido con una cita de Gregorio Marañón:

“El progreso de los hombres es siempre aspiración a la universalidad.”


Muchas gracias por visitarme,
espero que tengáis una semana estupenda.
Un abrazo muy grande,
con todo mi aprecio, Leticia.



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