Azorín

Paisaje de Juan Manuel Díaz Caneja
               
              

      Esta semana se celebró la entrega por parte de la Diputación de Alicante y la editorial Planeta del Premio Azorín, la historia de amor entre Santa Teresa y un fraile fue la novela ganadora titulada Sus ojos en mí escrita por el periodista Fernando Delgado. A través de citado premio me vino a la mente la influencia del escritor y pensador alicantino José Augusto Trinidad Martínez Ruíz, más conocido por Azorín en los años de progreso de España promovidos por la Generación del ´98. A pesar de que Azorín se licenció en Derecho, fue un gran escritor con inquietudes políticas que a través de sus novelas y ensayos intentaba cambiar nuestro país hacía  un camino promovido por el intelecto y la ciencia, en aquellos años donde la única preocupación de los españoles eran los toros y la fiesta, y donde todavía el ferrocarril era un medio de transporte desconocido para nosotros aunque muy conocido para los europeos.  Con sus escritos hacía crítica y con la crítica hacía reflexionar al lector sobre la necesidad de cambio que urgía en la sociedad española. 

       La obra más significativa de Azorín es Castilla (1912), puesto que representa la esencia de su pensamiento. Se puede definir como un breve ensayo o cuento periodístico en el que medita sobre el paisaje o pueblo como “pequeña” historia transida por el tiempo y en que se busca en la literatura una expresión del espíritu nacional. También vemos en sus páginas el Azorín que convierte sus experiencias de lector en literatura y pensamiento. Así, culmina en Castilla una serie de títulos: La ruta de Don Quijote (1905), Los pueblos (1905) y España (1909) que son recopilaciones en libro de colaboraciones periodísticas en que recoge el paisaje de España, las costumbres y la psicología de sus habitantes. También esté el libro íntimamente ligado al proyecto azoriniano de revalorizar la historia de la literatura española que encontramos en: Lecturas españolas (1912), Clásicos y modernos  (1913) y  Al margen de los clásicos (1915). En estos años, además de la intención estética, hay un intento – de índole social y política – de crear una conciencia del ser de los españoles.

          Aunque los escritos recogidos en Castilla aparecieron en distintos periódicos, hay evidencia de que Azorín los redactó con la idea de recopilarlos en libro. Dentro de su variedad se aprecian temas e imágenes recurrentes, el propósito del libro es captar algo de espíritu de Castilla a través de una historia de lo diario, y no de los grandes acontecimientos, espíritu que se va a encontrar matizado por una preocupación sentimental por el poder del tiempo.

             Esta obra siempre se ha leído como libro explicativo del componente esencial de los supuestos metafísicos de la llamada Generación del 98. Es un libro que viene a analizar lo que Unamuno llama intrahistoria, dice que la corriente de la historia es el mar, las olas son la historia y el agua de abajo es la intrahistoria. Este término es esencial para entender a Azorín, ya que con él se hace referencia a la vida cotidiana de las personas, a las actuaciones, relaciones, sucesos y aconteceres de la vida de las gentes que no son importantes. Es la pequeña historia del pueblo que nunca aparecerá reflejada en grandes libros, pero que late viva y que pertenece al alama de España, de Castilla, que es su origen. Esta intrahistoria corre paralela a la Historia escrita en mayúsculas. Este es un concepto común de los autores del 98, en especial en Unamuno. En realidad, Azorín interpreta la historia para extraer conclusiones de cara al futuro, intenta mantener una continuidad con el pasado al tiempo que indaga en la literatura la expresión singular de lo hispano. Sin obviar, ni muchos menos, aquel sentido, en de la búsqueda de la esencia espiritual de España radicada en Castilla, signo de lo tradicional como característica general del pueblo castellano, en la actualidad su lectura ha de regirse por otros criterios. Así, hemos de entender que aquel primer sentido no implica la exclusión de la periferia no castellana, porque Azorín, cree en la unidad de los hombres y las tierras de España, y que esa nueva lectura ha de hacerse teniendo en cuenta unos tópicos, mitos o convenciones literarias que van a actualizarla. Estas claves, no son ni originales ni inventadas, pero han sido profundamente meditadas para ese enfoque distinto, complementario y enriquecedor.

     En definitiva, sobre la obra Castilla he de decir que actualmente, la valoración de Azorín como hombre del 98 quizá haya que buscarla principalmente en sus impetuosos trabajos de juventud, en los que denuncia situaciones injustas y desigualdades con un indudable afán de renovación. Para ello no se para en barras a la hora de desvelar la realidad sangrante de los pueblos, el sufrimiento de las clases trabajadoras o el comportamiento detestable de los políticos profesionales. Estimulado por unas lecturas devastadoras (Schopenhauer, Kropotkin, Nietzsche, Faure…), su apoyo a la causa de los desfavorecidos se orienta siguiendo las vías fundamentales del anarquismo (que encauza su actividad en la CNT) y el socialismo, que impulsa el nacimiento de la UGT. Son los años en que se prodigan los folletos sobre literatura y sobre cuestiones sociales.

    Por otra parte, también en la línea revisionista de la Generación del 98, a Martínez Ruiz le corresponde el mérito de recuperar a algunos de nuestros clásicos más notorios y olvidados. Sin embargo, al hacerlo, el escritor levantino quizá adopte más claramente la postura del coleccionista nostálgico que la del analista riguroso e impulsor concluyente. Fue el teorizador de la Generación del 98. A él se debe la denominación con la que se conoce a este grupo de intelectuales, (aunque el concepto de “generación” se atribuye a Gabriel Maura) Azorín fue el que estructuró la realidad literaria de unos escritores comprometidos con su país y con su circunstancia. A este respecto resultan muy interesantes sus escritos de 1913 Clásicos y modernos, trabajo en el que formula sus comentarios sobre la Generación del 98. El grupo de los Tres (Baroja, Maeztu y Azorín) tuvo entidad propia, promovió algunos actos comunes y adoptó posturas definidas ante determinados hechos de la actualidad (su momento). Todo lo demás se puede discutir, pero no el inicial afán iconoclasta y renovador de estos jóvenes escritores. 

       En nuestros días, la importancia de la obra de Azorín de alguna forma aparece diluida en las páginas marchitas de la historia de la literatura. Últimamente algunos escritores, como Vargas Llosa y otros, han prodigado efusivos elogios al estilo del alicantino y a su quehacer de miniaturista virtuoso. Pero nos tememos que, con el tiempo, su forma de escribir se convertirá en ese impecable modelo docente, recurso habitual de profesores de Academias y autores de manual, y no en solaz de los degustadores de la escritura innovadora y de la sorpresa estética. No obstante, hay que reconocer que en la prosa de Azorín siempre queda el sabor de la obra bien hecha y el poso de la sabiduría del escritor curtido en la sufrida tarea de producir textos literarios.

         Como conclusión general, el libro de Castilla tiene una perspectiva melancólica. Encontramos la resignación ante lo inevitable, ante lo que ha pasado. La obra es un conjunto de distintas variaciones sobre el paso del tiempo, con una estructura cíclica, que tiene como base el pesimismo de Schopenhauer, para quien no existe el progreso. Siempre aparece el mismo comportamiento moral en todos los individuos, como en “Una ciudad y un balcón”. Es lo que permanece entre el cambio y el caos. Azorín ve la esencia del mundo y los resortes de la vida. Él hace una literatura que tiene conciencia de serlo, pero que se encamina al conocimiento. El autor extrae de los libros el ambiente, el mundo de la sensibilidad, que es lo que perdura. De esta manera, encuentra algo seguro en lo que anclarse, algo que sobrevive a los vaivenes de la vida.



La Conferencia Mundial del Decenio
de las Naciones Unidas para la Mujer,
Copenhague, julio de 1980.
         Por último, me despido haciendo una pequeña referencia al día doy, el Día Internacional de la Mujer, proclamado como tal en el año 1977 por la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, a pesar de que fue en 1911 cuando se celebró por primera vez en algunos países como Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, donde las mujeres se unieron para luchar por la igualdad, la justicia, la paz y el desarrollo. Es curioso como mujeres de todo el mundo, con diferencias lingüísticas,  raciales, sociales... rompemos las fronteras y nos unimos para celebrar nuestro día. Han sido más de noventa de años de esfuerzo luchando por la igualdad sobre todo laboral frente al hombre, a pesar de ello, al día de hoy tenemos mucho que trabajar y continuar luchando, porque son muchas de las desigualdades que siguen estando ahí y que tenemos que luchar por cambiar, menos mujeres políticas, menos mujeres con cargos directivos, menos empresarias, salarios inferiores al de los hombres por el mismo trabajo... y por supuesto, nosotras continuamos cargando con las cargas familiares aunque eso sí, cada vez son más los hombres que  ayudan en las tareas domésticas y están más concienciados de nuestra gran capacidad para afrontar puestos de trabajo con grandes responsabilidades. Me despido con esta frase de Mahatma Gandhi:

    "La mujer es la compañera del hombre, dotada con la misma capacidad mental.... Si por fuerza se entiende poder moral, entonces la mujer es infinitamente superior al hombre... Si la no violencia es la ley de nuestro ser, el futuro está con las mujeres..."


Feliz día de la mujer internacional compañeras, disfrutad de este día y luchad por un merecido reconocimiento. Gracias también a todos esos hombres que a lo largo de la historia han creído en nosotras y nos han apoyado, es un claro ejemplo de que la unión es la fuerza. Un abrazo muy grande, Leticia.









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